Desnudos, desamparados
y sin futuro
La festividad
de los trabajadores estaba perdiendo gas en los últimos tiempos… la clase
obrera aprovechaba esta festividad para pasar un jornada de asueto con su
familia lejos de su rutina diaria, dándole la espalda a unas concentraciones
devaluadas sobre todo por la pérdida de la credibilidad de los sindicatos
convocantes. La crudeza de la crisis ha conseguido de alguna forma reactivar y
darle otra vez sentido a las reivindicaciones propias del 1º de Mayo, aunque
son muchos los asalariados que subrayan que el reclamar justicia social y
laboral con motivo de este día nada tiene que ver con dar respaldo a unas
centrales sindicales ancladas en el pasado y que han vendido su alma al
gobierno de turno a cambio de mantener sus privilegios y prebendas.
El colectivo
de trabajadores de la seguridad privada lleva muchos años sufriendo en sus
carnes las consecuencias de unas prácticas sindicales erróneas, sobre todo cada
vez que se ha tenido que negociar un nuevo convenio colectivo. Estos señores
“de la parte social” se han destacado por desplegar una actitud tan servil con
la patronal que casi ha rozado lo vergonzante. Así han salido los convenios que
han salido. Unos acuerdos que han ido recortando derechos y congelando salarios.
Esto ha sido posible en gran medida porque la patronal se ha curado en salud
escogiendo meticulosamente a sus interlocutores sociales, que en las últimas
décadas no han variado casi nada en su configuración.
El último y
vergonzante pasteleo empezó a finales de 2011, cuando a los empresarios del
ramo se les metió en la cabeza que el convenio en vigor ya no les servía y que,
sobre todo, no podían asumir la subida salarial que estaba pactada para el año
2012. Después de varias reuniones “de cortesía” acordaron con los sindicatos
planificar un conflicto colectivo. El problema es que, en esta ocasión, la
jugada no les salió bien porque los sindicatos independientes decidimos
incorporarnos también al conflicto colectivo. A los señores negociantes se ve
que no les agradaba esta presencia “ajena e inesperada” y es lo que precipitó
un acuerdo sorpresa vía SIMA, sistema de arbitraje previo a la formalización
del conflicto colectivo. Por supuesto, dichos acuerdos se adaptaron
perfectamente a las necesidades de la parte empresarial empeñada en renegociar
a su antojo lo ya negociado. Lo demás ya lo conoce todo el mundo: en 15 días se
cerró el texto del nuevo convenio colectivo que pasará a la historia como la
negociación colectiva más rápida jamás conocida. Todo al dictado y según las
necesidades del sector, y listo para consumir. Es lo que nos espera, años de
precariedad y de contención salarial sin límites, que pueden prolongarse allá
hasta finales de 2018.
En este
contexto, nada es de extrañar ni nos puede sorprender. Pero, como la
imaginación no tiene límites, llamativa fue la presencia en la última
manifestación del 1-M de un grupo de trabajadores de la seguridad privada “en
paños menores” y tapando sus vergüenzas con la crudeza de sus nóminas. Querían
llamar la atención de la ciudadanía sobre las circunstancias que rodean a la
profesión ¡y bien que lo consiguieron! Una reportera quiso dejar constancia de
tan curiosa exposición pública y se les acercó para entrevistarlos. ¿Cómo han
llegado a esta situación? Les preguntó. Ellos le dieron “pelos y señales” de la
situación actual de la profesión. Hablaron con amargura y resentimiento, pero
también sabiendo que la opinión pública debía conocer el drama por el que
están pasando las personas que se dedican a la seguridad privada.
Y les
contaron como habían estado engañados tantos años con la trampa de las horas
extras y de lo corto que era su salario base, que no les da para llegar a fin
de mes, todo ello fruto de unos negociantes de convenios con “pocos escrúpulos”.
También comunicaron hasta qué punto estaban abandonados en sus puestos de
trabajo, donde en cualquier momento podían ser objeto de una agresión. Sin
medios, sin cobertura operativa, sin medidas preventivas ni de salud… mano de
obra barata que cubre eficientemente las necesidades de seguridad del mercado
privado. La reportera se interesó en saber por qué no tenían carácter de agente
de la autoridad, si al fin y al cabo hacían funciones similares a los cuerpos
de seguridad del estado, por qué no portaban armas en aquellas ocasiones en la
que la situación así lo requiriese, por qué no trabajaban “en parejas” para
mejorar su seguridad, por qué… tantas y tantas preguntas cargadas de razón y de
lógica a la que los vigilantes no sabían dar una respuesta coherente.
La reportera,
que se enfrentaba por la mañana a cubrir otra manifestación más del 1-M de
forma rutinaria, se encontró finalmente con una realidad desconocida hasta la
fecha, y un grupo de trabajadores desnudos social, laboral y jurídicamente,
desamparados y sin futuro. Descubrió, sin proponérselo, la crudeza de la
“inseguridad de la seguridad”.
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